Hoy perdí mi reloj que adoraba, me robaron el coche, se quemó mi casa, terminé con mi novia, me cambio de ciudad, reprobé el año… y muchas más de este tipo, son pérdidas que suelen ser reparables; pero ante la muerte ¿qué se puede hacer? Se suele decir que son pérdidas irreparables. Ambos tipos de pérdidas nos generan dolor y estados psíquico/emocionales que nos construyen o nos destruyen. Todos podemos decir cómo nos comportaríamos ante alguno de estos eventos, pero la verdad es que no lo sabemos hasta que lo vivimos y entendemos de qué estamos hechos; qué tan fuertes o frágiles somos; qué nivel de inteligencia emocional tenemos. ¿Nos podemos preparar para ello? ¿Cómo afrontar la pérdida?
En algunas ocasiones nos hemos encontrado con personas que ante las pérdidas más significativas de su vida se han mantenido en una línea, de pie, incluso apoyando y pacificando a otros afectados. También es cierto que hemos vivido la otra cara de la moneda, personas que se derrumban y que se hacen mucho daño ante dicha pérdida. Las reacciones inmediatas y posteriores al evento de una pérdida se pueden clasificar y conocerlas nos pueden ayudar a prepararnos. Intentaremos abordar las más consensuadas entre los tanatólogos:
1.- Negación: Es el rechazo del evento, la no aceptación, el “no es cierto”, el “no puede ser verdad”; simplemente es una reacción natural pero contraria a la realidad. Vivir en la negación es vivir fuera de la realidad.
2.- Enojo: Genera acciones normales desde la molestia con las circunstancias y los demás que, controlado y bien conducido, puede darnos la fuerza que no acumulábamos para propósitos y objetivos que antes percibíamos inalcanzables. No obstante, puede llegar hasta el rompimiento violento de relaciones consigo mismo y los demás. Blindar el dolor con el enojo genera relaciones destructivas en cualquier ámbito, es un estado emocional autodestructivo, corrosivo, tóxico. Esto es vivir en el resentimiento.
3.- Tristeza: Dependiendo del nivel de dolor, la tristeza puede ser superficial o muy profunda. Con ella podemos lograr vivir la pérdida, empatizar con los demás y con uno mismo; dejarla fluir es liberador, es quitarte un peso de encima, es una despedida digna, es honestidad con mi sentir. Consentir la tristeza sin medida y sin control, puede generar una vida con un estado emocional corrosivo que nos limita, que nos destruye, que reduce nuestro mundo, que limita futuros; la resignación.
4.-Aceptación: Es la etapa liberadora de cada etapa anterior y, finalmente, del duelo. Aceptar la realidad es la condición necesaria que ayuda a conducir mi enojo y mi tristeza adecuadamente; cerrar el ciclo sin consecuencias catastróficas y, en cambio, vivir una reconciliación, la aceptación de mí mismo desde donde estoy y la posibilidad de vislumbrar las nuevas oportunidades que quiero alcanzar.
La etapa de la negación suele ser la primera, pero cada etapa del duelo puede percibirse en distinto orden, sola o hasta combinada (negación con enojo / negación y tristeza / enojo y tristeza); y la que finalmente debe presentarse es la aceptación. Cada etapa requiere sus grados de aceptación para ser superada; si ésta no se da, puede regresar una y otra vez cualquiera de las etapas anteriores.
Afrontar, encarar, enfrentar, nos implica más que una acción, una actitud que es difícil adoptar por el momento tan delicado que se está viviendo. Tener algo y dejar de tenerlo nos conflictúa y si se trata de seres queridos, mayor voluntad y trabajo personal nos requerirá. Es decir, es necesario mantener una actitud de lucha y de superación ante la pérdida; asumiendo el esfuerzo y las exigencias que esto implica, pero trabajando y actuando desde la aceptación.
Lo contrario, blindar el dolor con esos sentimientos que nos generarán estados emocionales autodestructivos, se evidenciará tarde o temprano en tu lenguaje verbal y corporal, en tus relaciones, en tu salud psíquica/emocional y corporal.
La tristeza y el dolor son inevitables; el sufrimiento es opcional. Algunos seres queridos se han adelantado, pero tú sigues aquí y es tu decisión VIVIR y honrar a esas personas con tu propia vida.