¡Pura leche materna! ¡Cárgalo todo lo que puedas! ¡No lo embraciles!
¡Dale baños de sol! ¡Abrígalo bien! ¡Déjalo llorar! ¡No lo dejes llorar!
¡Nada de chupón! ¡Cero dulces! ¡Dale estimulación! ¡Déjalo que se caiga y se levante!
¡Firme pero cercana! ¡No le quites los ojos de encima! ¡No seas sobreprotectora!
Desde que la mujer sabe y siente ese primer soplo de vida en su vientre; mente y cuerpo comienzan un proceso intenso que van desde los cambios hormonales y físicos hasta las adaptaciones necesarias en las rutinas y en la forma de vida para recibir y formar a un nuevo ser… No es cualquier cosa ¿Cierto? ¡No lo es! ¡Es un gran privilegio! ¡Es una gran responsabilidad! ¡Es la más grande aportación a la humanidad!
Puedes ser mamá de un recién nacido, de un pequeño de 2 o 3 años, de una niña de 6, de un puberto de 11, de una adolescente de 14, de un joven de 18 o 20 años, o de un adulto hecho y derecho (o no tan derecho); la cuestión es que una vez que eres mamá, lo eres por el resto de tus días; y no importa cuántos años de experiencia lleves en la materia, parece que no hay una fórmula perfecta ni exacta para la maternidad…
Yo, tú… nosotras; seguramente hemos estado en el papel de aspirar a ser SÚPER MAMÁ, de leer, escuchar consejos, ver conferencias… y probablemente abrumarnos entre tanta información que hasta llega a resultar contradictoria. Quizás hemos estado en ese lugar en el que nos sentimos vulnerables, juzgadas, perdidas entre tanto que se debe y no se debe hacer, y agobiadas frente a la tremenda realidad que es tener a un ser bajo tu responsabilidad. O tal vez hemos llegado a ser la que se siente SÚPER MAMÁ, con la confianza de ser, hacer, aconsejar; y hasta con la autoridad moral de juzgar.
A estas alturas, lo que debemos tener claro es que no existe el secreto, no existe una sola forma, y no existe “LA SÚPER MAMÁ”. Existimos mujeres que aceptamos y asumimos el don de dar vida; existimos mamás que queremos lo mejor para nuestros hijos; existimos mamás que nos equivocamos y nos reivindicamos… Existen caminos, opciones y herramientas que podemos usar para navegar esta aventura. Al final, el mejor instructivo es tu propio hijo y la mejor acción es la que surge del AMOR.
Recordemos que vivimos el privilegio de ser mamás y estamos ante la mayor aportación a la humanidad; no es una competencia entre nosotras, es una lucha conjunta, aunque cada una tenga su camino; no se trata de ser perfectas, pero sí de ser mejores cada día; no se trata de “hacer” hijos perfectos, sino de formar hijos capaces de conquistar su propia felicidad.