Lo confieso ¡SÍ SOY! Soy la que se sabe perfecto los días de publicación de ropa nueva en las páginas de Facebook, la que sabe las fechas de venta nocturna dependiendo de la temporada del año, la que pasa la información del Buen Fin o Black Friday y demás… pero sobre todo soy la que no puede dejar pasar evento sin outfit nuevo, la que se emociona al abrir el nuevo shampoo orgánico y vegano, estrena aretitos o cadenita cada que puede o cualquier cosa que se te pueda ocurrir.
Y tú ¿cuántas veces has comprado algo solo porque “estaba en oferta” o porque tuviste un día complicado y sentiste que merecías un premio? ¡Relax! No estamos solos en esto… En algún momento, muchos hemos caído en esa compra impulsiva que, horas después, nos deja una mezcla entre culpa y la pregunta existencial: “¿y esto para qué lo compré?”
Y claro, si cada uno le buscamos en nuestra historia personal encontraremos la raíz de muchos de nuestros comportamientos actuales. Por ejemplo, mi abuelita no me tejía chambritas… lo suyo, lo suyo era REGALAR. Y de verdad que tenía un don para ello, sabía muy bien qué comprarle a cada quien y nos hacía sentir especiales cada vez que nos hacía llegar algo… Aún hoy, a varios años de su partida, puedo voltear a cualquier rincón de mi casa y encontrar algo que ella me dio. Supongo que de alguna forma fui vinculando la sensación de estrenar con sentirme amada, apapachada, querida…
Así, la línea entre consentirnos y consumir por impulso puede ser delgadísima. A veces ni nos damos cuenta cuando cruzamos de darnos un gusto a llenar vacíos emocionales con cosas. Y lo curioso es que, muchas veces, lo que buscamos realmente no está en una bolsa de compras.
¿Por qué compramos sin necesitar?
La compra compulsiva no siempre tiene que ver con el objeto en sí, sino con la emoción que
queremos sentir. Aquí algunas causas comunes:
• Estrés o ansiedad. Comprar puede ser una válvula de escape. Esa sensación de
“liberación” al pagar (aunque sea en 6 cómodas mensualidades) activa dopamina, el químico del placer.
• Aburrimiento. Sí, muchas compras ocurren cuando simplemente estamos
"scrolleando" en el celular sin mucho que hacer. ¿Alguna vez entraste a una tienda en línea "solo a ver"
y terminaste agregando al carrito 4 artículos? ¡Exacto!
• Presión social. Las redes nos bombardean con estilos de vida perfectos,
outfits impecables, gadgets de última generación. Y sin darnos cuenta, empezamos a sentir que
necesitamos cosas para “encajar” o “tener la vida ideal”.
• Hábito o rutina. Comprar puede convertirse en parte de nuestro día a día.
Como quien va al café de la esquina a diario, pero con tarjetas de crédito involucradas.
• Facilidad. Las compras en línea han revolucionado todo. Hoy en día tenemos la
opción de adquirir todo lo que necesitamos sin siquiera salir de casa, bastan unos clics aquí y allá
para obtener lo que deseamos.
El boom de las compras en línea: ¿culpa de la pandemia?
Cuando empezó la pandemia, comprar en línea pasó de ser una opción a ser parte del día a
día. Según datos de la Asociación Mexicana de Venta Online (AMVO), tan solo en 2020, el comercio
electrónico en México creció un 81% con respecto al año anterior. Para 2023, más del
50% de los consumidores ya hacía compras digitales al menos una vez por semana.
Y claro, la comodidad de recibir todo en casa, los descuentos, y las mil opciones al alcance de
un clic, hacen que comprar sea más fácil que nunca. Pero también, más tentador. Lo preocupante es que
este hábito digital ha hecho más difícil distinguir entre lo que realmente necesitamos y lo que solo
queremos para sentirnos mejor… aunque sea por un ratito.
¿Y cómo le hago para no caer?
Primero, sin juicios. La idea no es sentirnos mal por cada compra, sino empezar a
identificar el patrón que no nos está ayudando. Aquí algunos tips:
1. Haz una pausa de 24 horas. Si viste algo que "tienes que tener", espera un
día antes de comprarlo. Muchas veces, la emoción se enfría y te das cuenta de que realmente no lo
necesitas.
2. Haz una lista antes de comprar. Suena básico, pero una lista te ayuda a no
desviarte. Si no está en la lista, no va al carrito.
3. Conócete. ¿Compras más cuando estás triste, aburrido o estresado?
Identificar tus disparadores emocionales es clave para frenar el impulso.
4. Desactiva notificaciones de apps de compras. O, si eres muy valiente,
bórralas por un tiempo. Menos tentaciones, menos clics.
5. Revisa tu espacio. A veces basta con mirar tu clóset o alacena para darte
cuenta de cuántas cosas ya tienes sin usar. Centrarnos en lo que sí tenemos y no en lo que nos falta nos
hace más agradecidos y menos ansiosos de lo que quisiéramos tener.
6. Establece metas de ahorro realistas. Pensar en lo que podrías lograr si ese
dinero se va a una meta (un viaje, un fondo de emergencia, un gusto planeado) puede ser muy motivador.
No se trata de no comprar nunca
Comprar no es malo; es más, es necesario y a veces placentero. El problema aparece cuando lo
hacemos sin pensar, por impulso, o para llenar vacíos que no se van con un par de zapatos nuevos.
Vivimos en una cultura que nos empuja a la gratificación instantánea: lo quiero, lo compro, lo recibo
mañana; todo rápido. Pero muchas veces, lo que más disfrutamos no es lo que obtuvimos en un clic, sino
aquello por lo que tuvimos que esforzarnos, esperar, ahorrar, planear.
Piénsalo: ¿No te ha pasado que valoras mucho más ese viaje que planeaste durante meses o ese
objeto que compraste con dinero ahorrado poco a poco? Ahí está la diferencia: no es sólo el objeto, es
el camino que recorriste para conseguirlo. Y esa satisfacción, la que se cocina a fuego lento, suele
durar mucho más que la euforia de una compra impulsiva.
Darte cuenta es el primer paso. A partir de ahí, puedes empezar a tomar decisiones más
conscientes. Que cada compra tenga un propósito real y que lo que adquieras sume valor a tu vida, no
solo a tu estado de cuenta. Porque SÍ, mereces darte gustos... pero también mereces paz financiera,
menos acumulación y más control sobre tus decisiones.